Think Tank de Tercera Posición Cientificista
Porque los problemas no se resuelven con votos, se resuelven con conocimiento.
La tecnocracia suele entenderse como un gobierno dirigido por expertos técnicos que buscan cumplir objetivos previamente establecidos por la sociedad. Sin embargo, este concepto va mucho más allá. En esencia, la tecnocracia es un sistema de gobierno donde el conocimiento científico y la tecnología ocupan un lugar central en la toma de decisiones. La ciencia nos proporciona conocimiento descriptivo sobre cómo funciona el mundo, mientras que la tecnología aplica ese conocimiento para alcanzar fines concretos. Ambos comparten un valor fundamental: la búsqueda constante de eficiencia (hacer las cosas con el menor desperdicio de recursos) y eficacia (lograr los objetivos de manera precisa). Por eso, la tecnocracia es perfectamente compatible con la llamada Tercera Vía Cientificista, que propone organizar la sociedad sobre estos valores.
Cuando un gobierno da prioridad a la eficiencia, la eficacia y la aplicación de la ciencia por encima de otros valores —como la tradición o la simple opinión mayoritaria— hablamos de una actitud tecnocrática. Un sistema con esta orientación se convierte en una tecnocracia: un gobierno donde los problemas sociales se resuelven aplicando tecnología y soluciones basadas en evidencia científica, donde las decisiones buscan optimizar el funcionamiento del sistema y donde los cargos de poder son ocupados por técnicos y profesionales capacitados, no por políticos sin especialización.
En la ciencia, mejorar la eficiencia significa optimizar los métodos, mientras que lograr mayor eficacia implica acercarse a la verdad. En la tecnología, estos principios se traducen en soluciones prácticas que funcionen mejor y de manera más confiable. Desde este enfoque, una tecnocracia ve a la sociedad como un sistema que puede ser estudiado, diagnosticado y perfeccionado, al igual que cualquier máquina o proceso técnico. Así, un gobierno tecnocrático utiliza el conocimiento, la tecnología y la evidencia para elaborar procesos de ingeniería social y resolver problemas sociales con la mayor eficiencia y eficacia posible. Entre las propuestas que siguen esta lógica tecnocrática exploramos el Corporativismo, la Epistocracia y el Estado Digital.
Organizar la sociedad por funciones: cooperación, representación y poder sectorial.
El corporativismo es un modelo de organización social y política que estructura la sociedad en corporaciones o grupos funcionales según su actividad —como sindicatos, asociaciones empresariales, gremios profesionales— en lugar de agrupar a las personas por criterios territoriales o partidos políticos tradicionales. Su origen se remonta al pensamiento social católico, especialmente desde la encíclica Rerum Novarum (1891), que buscaba una vía intermedia entre el individualismo liberal y el colectivismo socialista, promoviendo la cooperación entre clases y la armonía social. Aunque este modelo fue adoptado por regímenes autoritarios, como la Italia fascista de Mussolini y la España franquista, el corporativismo no es intrínsecamente autoritario. De hecho, sus aplicaciones más exitosas se han dado en democracias modernas como las escandinavas, donde sindicatos, empleadores y gobiernos colaboran de manera institucionalizada para tomar decisiones económicas y laborales, lo que ha contribuido a sus altos niveles de bienestar y cohesión social. También se ha implementado con eficacia en países del sudeste asiático como Singapur, Corea del Sur y Taiwán, donde se han formado alianzas estratégicas entre el Estado, las empresas y los trabajadores para impulsar el desarrollo económico y la estabilidad social. Estos casos muestran que el corporativismo puede ser una herramienta flexible: puede derivar en sistemas autoritarios o democráticos, así como epistocráticos, dependiendo de cómo se aplique y del contexto político en el que se inserte.
El gobierno de los que saben: cuando la competencia sustituye a la mayoría.
Consideramos que la democracia no es tecnocrática en su fundamento, por lo tanto, no es el sistema más adecuado para mejorar la sociedad. La democracia reparte el poder por igual entre todas las personas, sin importar si están informadas, si conocen cómo funciona el Estado o si entienden las consecuencias de sus decisiones. Esto genera un problema serio: las elecciones terminan muchas veces en manos de votantes desinformados, guiados por emociones, prejuicios o campañas manipuladoras. La epistocracia propone una alternativa mucho más responsable: dar más poder de decisión a quienes realmente saben. Así como no dejaríamos que alguien sin experiencia pilotee un avión o realice una operación, tampoco deberíamos permitir que cualquiera, sin conocimientos básicos, elija a los gobernantes de un país. La epistocracia sugiere, por ejemplo, que solo quienes aprueben un examen puedan votar, o que todos voten, pero que el voto de las personas más preparadas pese más. También plantea que existan consejos de expertos capaces de vetar leyes mal diseñadas, o que, como en Singapur, solo puedan postularse a cargos públicos quienes cumplan requisitos estrictos y tengan una trayectoria impecable. A diferencia de la democracia, que muchas veces se defiende diciendo “es el derecho a equivocarse”, la epistocracia busca reducir esos errores y asegurar que las decisiones se tomen con información, preparación y responsabilidad. En un mundo tan complejo como el actual, donde una mala elección puede afectar a millones, quizás ya no sea suficiente con que todos voten. Es hora de preguntarnos: ¿debería importar solo cuántos votan o también cuánto saben quienes votan?
Lee el texto «Contra la Democracia» de Jason Brennan.
Un Estado inteligente y conectado: automatización, transparencia y ciudadanía digital.
Un Estado Digital es una forma avanzada de organización estatal que aprovecha de manera integral las tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial —como la inteligencia artificial, el blockchain, el Big Data y las soluciones de Smart Cities— para transformar sus procesos, servicios y estructuras. A diferencia del Estado tradicional, el Estado Digital automatiza gran parte de sus operaciones, permite una comunicación directa, segura y eficiente entre las instituciones y con la ciudadanía, y convierte los datos en un recurso estratégico para la toma de decisiones rápidas, precisas y basadas en información en tiempo real. Este modelo promueve la ciudadanía digital, donde las personas pueden realizar trámites, votar, emprender negocios y acceder a servicios públicos a través de plataformas digitales confiables, lo que aumenta la transparencia, reduce la corrupción y fortalece la seguridad ciudadana al crear registros digitales inalterables. El Estado Digital no solo administra información: es un Estado inteligente y registral que procesa datos constantemente para mejorar la calidad de vida, gestionar mejor las ciudades y dinamizar la economía digital. Un caso emblemático es E-Estonia, donde los ciudadanos tienen una identidad digital única que les permite realizar casi todos los trámites gubernamentales en línea, desde pagar impuestos hasta votar en elecciones nacionales, con niveles de eficiencia y confianza internacionalmente reconocidos. Este modelo demuestra que el Estado Digital no es solo un uso de tecnología, sino una transformación profunda que integra el espacio físico con el mundo digital para construir sociedades más ágiles, transparentes y conectadas.
Estonia, con su programa e-Estonia, es un ejemplo de cómo un país pequeño digitalizó casi todos sus procesos sociales: desde el voto electrónico hasta la salud y los impuestos en línea. Su identidad digital nacional es hoy referente global.
China ha impulsado la digitalización a escala casi continental mediante iniciativas como el Plan “Internet Plus” y la Estrategia Made in China 2025, integrando pagos móviles, gobernanza inteligente y plataformas masivas de datos en la vida cotidiana de más de mil millones de personas.