Think Tank de Tercera Posición Cientificista
La Ultramodernidad
Recuperar el ideal de la Modernidad para conquistar el futuro: el mejor futuro para todos.
Tres épocas, tres mundos:
cómo cambian el tiempo, el espacio y la verdad
La humanidad no siempre ha vivido el tiempo y el espacio como lo hacemos hoy. Tampoco ha comprendido la realidad del mismo modo a lo largo de la historia. Cada gran época —la premoderna, la moderna y la postmoderna— se caracteriza por una experiencia distinta del mundo, de la verdad y del orden. Comprender estas diferencias nos ayuda a entender el presente y las decisiones urgentes que enfrentamos como especie.
Premodernidad
Cuando los mitos y la superstición dictaban el orden.
En la época premoderna, predominaban el empirismo, el mito, la tradición y la superstición como formas principales de ordenar el mundo. Las personas comprendían el universo a través de narraciones sagradas, símbolos religiosos y costumbres heredadas. El tiempo era cíclico, gobernado por ritmos naturales o divinos: las estaciones, las fiestas, los mandamientos. El espacio se organizaba jerárquicamente: lo sagrado en el centro (el templo, el trono, el cosmos ordenado), lo profano en la periferia.
La realidad no se explicaba, se aceptaba. No se preguntaba cómo funciona el mundo, sino cuál es su sentido espiritual. La apariencia de orden natural venía de los dioses, de la voluntad divina, del pasado. El conocimiento era limitado y autoritativo: se confiaba en los sabios, los textos antiguos, los dogmas.
Modernidad
Del caos de lo sagrado al diseño de la razón: el mundo se mide y se calcula.
Con el surgimiento de la ciencia, el humanismo y la Ilustración, la humanidad entra en una nueva etapa: la modernidad. Se deja atrás la tutela del mito y se afirma que la razón puede emancipar a la humanidad. La famosa frase de Kant —“¡Atrévete a saber!”— resume el espíritu moderno. Es la época en que la humanidad entra en su mayoría de edad.
El tiempo se vuelve lineal y progresivo: ya no se repite, sino que avanza. Se cree en el progreso, en la acumulación de conocimiento, en el perfeccionamiento social. El espacio se racionaliza, se mide, se conquista: aparecen mapas precisos, ciudades organizadas, fábricas planificadas.
La apariencia de orden ya no proviene de la tradición, sino de la ciencia, la razón, la experimentación. La realidad se analiza, se descompone, se comprende mejor. Es la era de la revolución científica, la educación pública, los derechos universales, el Estado de derecho. El mundo parece finalmente comprensible y transformable.
Postmodernidad
Cuando la razón se quiebra, y la verdad se disuelve en mil espejismos
Pero el siglo XX trajo consigo una profunda crisis. Las dos guerras mundiales, el Holocausto, Hiroshima, el totalitarismo y la alienación tecnológica pusieron en duda los ideales modernos. ¿Cómo pudo la razón producir tanto horror? ¿Cómo confiar en un progreso que termina en campos de concentración o bombas nucleares?
Así nació la postmodernidad, caracterizada por la crisis de la razón y la desconfianza hacia las grandes verdades. Ya no se cree en un único camino hacia el conocimiento, ni en verdades objetivas. Todo se vuelve relativo, fragmentado, plural. Las narrativas universales se rompen y surgen múltiples visiones del mundo que compiten por sentido. La experiencia del tiempo se hace discontinua: el pasado vuelve como nostalgia o trauma, el futuro como amenaza o incertidumbre. El espacio se diluye: lo local se mezcla con lo global, lo físico con lo digital.
En esta anomia, las viejas formas premodernas —creencias mágicas, religiosidad dogmática, tribalismo, supersticiones— regresan y compiten por restaurar un orden perdido. La irracionalidad se disfraza de cultura alternativa. Las pseudociencias, el esoterismo y las teorías conspirativas invaden redes sociales y medios masivos.
Además, las tecnologías digitales y el neoliberalismo global han afectado profundamente la identidad individual y colectiva. Las personas se sienten desarraigadas, híperconectadas pero solas, rodeadas de información pero desorientadas. El nomos —el principio de orden que da sentido al mundo— se fragmenta. La verdad ya no es compartida; cada cual vive en su propia burbuja epistemológica.
Ultramodernidad
Un nuevo horizonte para la civilización humana.
La Ultramodernidad es la mentalidad y la temporalidad hacia la que debemos aspirar como especie. Es una nueva etapa que recupera lo mejor de la modernidad —la razón, la ciencia, el espíritu crítico— y lo proyecta hacia la construcción de un futuro glorioso, una eutopía donde la humanidad pueda florecer como nunca antes. Este no es un regreso al pasado ni una simple continuación, es una superación consciente de los errores, ilusiones y límites que nos han frenado. La Ultramodernidad es atreverse a pensar lo impensable. Para edificar la Ultramodernidad necesitamos dar tres pasos fundamentales: (1) liberarnos de nuestros dogmas mentales y valorar lo que hemos hecho, (2) aceptar nuestra vulnerabilidad cósmica y reconocer nuestro propósito de vida; y (3) reconocer nuestro poder creador y tener en cuenta lo que podemos lograr.
Valorar lo que hemos hecho
El primer paso hacia la Ultramodernidad es liberarnos de los virus mentales que nos encadenan: supersticiones, pseudociencias, tribalismos, dogmas religiosos, y teorías conspirativas. Estos errores de pensamiento nublan nuestra capacidad para entender el mundo tal como es. Solo cuando superemos estas trampas mentales podremos valorar realmente nuestros logros como especie: las ciencias, las tecnologías, la medicina, la ética racional, las instituciones democráticas. Es momento de dejar atrás la mentalidad tribal que divide a las personas por origen, ideología o tradición y empezar a reconocernos como una única humanidad, capaz de construir un mundo mejor mediante el conocimiento.
Un propósito en la vida
Cuando miramos la realidad sin velos, descubrimos que somos animales vulnerables, sin protección divina ni propósito dado desde fuera. No hay dioses que nos cuiden, no hay destino escrito: solo estamos nosotros, intentando sobrevivir en un universo indiferente. Pero esta verdad no debe ser motivo de desesperación, sino de liberación y responsabilidad. Podemos abrazar un nihilismo optimista: la vida no tiene un sentido impuesto, pero podemos construir uno que combine la búsqueda del conocimiento, el placer razonable y la cooperación para sobrevivir y disfrutar. Lejos de ser trágico, este descubrimiento nos da la libertad de crear nuestro propio propósito.
Lee el texto «¿Cuál es el sentido de la vida?» de Diego Rossel.
Lo que podríamos lograr
El tercer paso es reconocer que hemos transformado nuestro entorno con nuestra propia inteligencia y tecnología. Desde las herramientas primitivas hasta las ciudades, las vacunas y las sondas espaciales, todo lo que nos rodea es fruto de nuestro ingenio colectivo. No somos meros habitantes pasivos de la Tierra: somos constructores de mundos. Si continuamos este camino racional y científico, podemos aspirar a dominar las fuerzas naturales, mejorar nuestras capacidades como especie y, eventualmente, conquistar el cosmos. La Ultramodernidad no es un sueño de ciencia ficción: es la próxima etapa si elegimos el conocimiento sobre la ignorancia, la cooperación sobre la división, y la razón sobre los mitos.
